Escribiendo la Historia

05.04.2021

Hablar de Historia es hablar de la lengua escrita; lo es hasta el punto de que el nacimiento de la escritura actúa como frontera entre el final de la Prehistoria y el inicio de la Historia, dado que son precisamente los textos escritos la principal fuente de conocimiento histórico y de información sobre tiempos pretéritos de que disponemos. La escritura es, además, pilar fundamental del desarrollo de la especie humana, así como registro de sucesos y acontecimientos, de avances y descubrimientos, de cultura y de conocimiento.

¿Pero de dónde proviene la lengua escrita? ¿Cómo nace y cómo se desarrolla hasta el día de hoy? El largo y arduo camino recorrido por la lengua está estrechamente relacionado con la Historia del ser humano, eso es evidente. Para aprender un poco más sobre nuestro idioma y sobre nuestra historia vamos a seguir el rastro que nos llevará desde la Prehistoria hasta el auge de la lengua española actual.

Si bien a día de hoy existe un abismo entre las pinturas rupestres de la Prehistoria y cualquier lengua del mundo actual, en cierto modo aquellas figuras plasmadas por los antepasados del ser humano moderno pueden considerarse el inicio de la lengua escrita. Pese a que las pinturas rupestres fuesen en su mayor parte imágenes antropomorfas o de animales, existían también abundantes símbolos y signos -como el rombo, que se cree que representaba la fecundidad- cuyo significado sigue siendo objeto de investigación hoy en día. Deriva de aquí la Protoescritura (símbolos sin contenido lingüístico) de finales del Paleolítico y principios del Neolítico, cuyo origen se sitúa aproximadamente entre los milenios VI y VII a.C. La relación entre la Protoescritura y la escritura jeroglífica nacida en Oriente Medio a manos de egipcios y sumerios resulta evidente, pues ambas están compuestas de símbolos, muy lejos todavía de la lengua escrita pese a que sí hay una evolución y una estandarización de dicha simbología. El nacimiento del lenguaje escrito quedaba todavía muy lejos, pero resulta interesante comprobar que ya desde el Paleolítico el ser humano demostró interés por transmitir ideas a través de elementos visuales tales como símbolos o imágenes.

Fue en la antigua Mesopotamia cuando la necesidad de establecer un registro y un control de la economía y del comercio impulsó la creación de fichas y tablillas de arcilla en las que, con una escritura cuneiforme más cercana a la Protoescritura que a las lenguas escritas tal y como las conocemos en la actualidad, se realizaron los escritos más antiguos conservados. Esta escritura cuneiforme, cuyo traducción del latín significa literalmente "formas de cuña", pues se realizaban mediante incisiones en la arcilla, estaba compuesta por símbolos a medio camino entre jeroglíficos y un alfabeto. Es famoso el ejemplo de la Tablilla de Ur, una de las ya mencionadas tablillas de arcilla, en la que se conserva una reclamación de un cliente a un comerciante fechada en el año 1750 a.C.

Llegados a este punto es interesante mencionar el alfabeto ugarítico, cuyos restos, hallados en Mesopotamia, datan de mitad del II milenio a.C. El ugarítico, lengua muy similar al acadio, contaba con un alfabeto cuneiforme que está considerado uno de los sistemas de escritura alfabética más antiguos de occidente.

De entre todos los sistemas de escritura surgidos en Oriente Próximo, cuna de la Humanidad, destacaron los jeroglíficos egipcios y la escritura cuneiforme de Mesopotamia, ambos ya mencionados y estrechamente relacionados con el nacimiento del alfabeto fenicio, pese a que este abandonase el cuneiforme debido al auge del papiro, que no tenía las grandes limitaciones propias de las tablillas de arcilla. Los griegos, herederos de parte del legado fenicio, adaptaron el alfabeto de este pueblo para crear uno propio, al que añadieron las vocales (pues los fenicios solo tenían la A). Es precisamente el griego la fuente de la mayor parte de las formas de escritura modernas de Europa, el alfabeto latino de los romanos entre ellas. Los romanos, así como los griegos y los fenicios antes que ellos, hicieron nuevas adaptaciones a la hora de crear su propio alfabeto para que este se adaptase mejor a su idioma. Con ese fin descartaron algunas letras griegas y adoptaron otras de origen etrusco, cuyas angulosas formas fueron suavizadas.

Poca presentación necesita el Imperio Romano, uno de los más poderosos y conocidos imperios de la Historia, cuya hegemonía se extendió por todo el Mediterráneo, lo que propició que el latín se extendiese con él. Dada la tendencia de este pueblo a imponer idioma, religión y cultura a los pueblos conquistados es fácil suponer la gran expansión que tuvo su lengua, y con ella el alfabeto latino. Tal fue la expansión de este alfabeto que algunos pueblos no conquistados, como el germánico, también lo adoptaron tras su cristianización. Hoy en día es el más utilizado en el mundo.

Con el paso de los siglos el Imperio Romano desapareció, pero su religión y su idioma sobrevivieron a través de los pueblos romanizados. Con la feroz cristianización realizada durante la Edad Media, el alfabeto latino se extendió por los cinco continentes a través de las distintas lenguas romances que nacieron del latín vulgar, herencia del Imperio Romano y su latín. Existen diferentes teorías sobre cómo tuvo lugar esa evolución, pero lo que parece evidente es que el gran tamaño del Imperio Romano, unido a la ausencia de cohesión y estabilidad lingüística, fue lo que propició la divergencia de la que nacieron las lenguas romances, las hijas del latín. De entre los distintos grupos de lenguas romances que existieron durante la Edad Media nos centraremos en el Grupo Iberorromance, del que proceden las actuales lenguas romances de la Península Ibérica, entre las que se encuentra el español.

Pero hagamos un inciso para detenernos durante un instante en el siglo VIII. Hasta entonces todos los alfabetos derivados del fenicio estaban escritos en lo que hoy conocemos como letras mayúsculas, pero eso cambió cuando un estudioso de la corte real de Carlomagno creó una letra más pequeña y redondeada, conocida como minúscula carolingia. Sin embargo no fue hasta el siglo XV cuando se extendió el uso de esta minúscula, gracias a una confusión que propició la difusión de textos carolingios al ser estos confundidos por textos romanos. Pese a que el error fue descubierto posteriormente, la ventaja que suponía ese tipo de letra, capaz de ahorrar tinta y espacio en los trabajos de imprenta, propició que la minúscula carolingia no fuese desechada y olvidada, sino convertida en un elemento más de la mayoría de lenguas escritas.

Nos detenemos un poco más en la Edad Media, época durante la cual árabes y españoles se enfrentaron por el dominio de la Península Ibérica, para resaltar la influencia del idioma de los invasores en el todavía naciente idioma español, que actualmente conserva no pocas palabras de origen árabe en su vocabulario. Si bien es cierto que no es la única lengua que ha dejado su huella en nuestro idioma a lo largo de los siglos, sin duda es la influencia más notable.

Hablar del idioma español es hablar de dos hombres, de dos grandes iconos del saber y de la cultura de nuestro país, responsables ambos de que el español sea tal y como hoy lo conocemos. Estamos hablando, por supuesto, de Alfonso X y de Antonio Nebrija.

Alfonso X el Sabio, rey de Castilla durante el siglo XIII, redactó numerosas obras de Historia y tratados de diferentes competencias científicas usando el castellano en lugar del latín, más habitual en la época. Realizó además numerosos proyectos de traducción de diferentes obras y tratados a nuestro idioma, así como de normalización ortográfica de la lengua española, lo que dio origen a un castellano estandarizado, el llamado castellano alfonsí, que se difundió y expandió rápidamente.

No menos importante fue Antonio de Nebrija, quien vivió durante el siglo XV y fue maestro de Gramática y Retórica en la Universidad de Salamanca. A él debemos la Primera Gramática Castellana (y primera también entre las lenguas romances), publicada en 1492, el mismo año que Colón llegó a América durante la travesía de su confusa ruta hacia las Indias.

Dijo Antonio Nebrija que la lengua siempre acompaña al Imperio. Con la llegada del siglo XVI la lengua española se extendería por todo el mundo junto con el poderoso Imperio Español, cuyos territorios alcanzaron su máximo exponente con Felipe II, hasta el punto de que, por primera vez en la Historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados. El mundo hablaba español.

JOAQUÍN SANJUÁN