Mi primer relato: Autobiografía de un libro

11.02.2023

Hoy quiero compartir con vosotros algo que para mí es muy especial. Se trata del relato Autobiografía de un libro, un relato que escribí cuando contaba con tan solo catorce o quince años. Si bien ya escribía desde antes (podríamos decir que desde siempre, y cuento con testigos presenciales), este relato fue varias primeras veces para mí. Fue la primera vez que participé en un concurso, un certamen literario convocado por el entonces I.B. Fuente San Luis de Valencia. Fue la primera vez que obtuve un reconocimiento literario, pues obtuve un accésit en dicha convocatoria (por ahí guardo todavía el diploma). Y también fue la primera vez que vi publicada una obra mía, aunque fuese tan solo en un pequeño cuaderno que incluía los relatos premiados, cuaderno que se distribuyó por el instituto. Corría, por cierto, el año 1998, era mi primer año de instituto (lo que hoy sería 3º ESO) y aún conservo el diccionario de sinónimos que compré con el dinero del premio.

Han pasado veinticinco años. Hace casi veinte que comencé a publicar artículos y reseñas en revistas y páginas webs, diez que comencé a publicar mis libros y novelas y tan solo dos desde que creé Grimnir Servicios Editoriales, que me permite ganarme la vida con la literatura realizando labores de corrección, edición, creación de contenido para páginas webs y hasta cursos de escritura creativa. Pero este relato, amigos, fue el principio. Espero que os guste. Por cierto, me he asegurado de no tocar ni una coma del original. No sería justo, ¿verdad?


AUTOBIOGRAFÍA DE UN LIBRO.

Allí estaba yo. Me encontraba en un enorme montón de libros, todos iguales a mí. 
Recordaba cuándo nací. Mi padre era un esbelto árbol. Caí de él en mi condición de semilla y germiné. Obtuve tallo, raíz, hojas y empecé a crecer. Pasé muchos años viviendo como un árbol, hasta que un día vinieron unos humanos para cortarnos. Junto a otros amigos fui trasladado en un enorme camión a una fábrica. Allí me hicieron decenas de cosas que ni recuerdo y, no sé cómo, me transformaron en papel. Luego me condujeron hasta una imprenta y allí me dieron letras y dibujos, convirtiéndome en un voluminoso libro. A continuación me trajeron aquí, con todos estos igual que yo. 
Pero estoy preocupado, pues no sé qué hará el futuro conmigo. Me gustaría ir a las manos de un niño que entienda lo que es leer, para de ese modo enseñar mi contenido, ayudándole en mi educación. Pero ignoro qué pasará. 
Ahora está entrando un hombre bajito, calvo y regordete.
Para mi alegría se dirige a nosotros y nos observa. Debe de ser un tendero. Cuando parecía satisfecho llamó a un empleado y le dijo algo que no entendí. A continuación nos cogió a otros nueve libros y a mí y nos metió en una caja. Sólo noté que la caja se zarandeaba.
Cuando esta se abrió, mucho después, estaba en una librería.
Me pusieron en una estantería junto a mis hermanos. Pasé allí casi un mes, el más aburrido de toda mi vida, hasta que un día entró un anciano para comprar un libro. Afortunadamente se decidió por mí.
Mi nuevo dueño me envolvió en papel de regalo.
Un par de días después fui obsequiado a un niño, posiblemente su nieto.
Este niño me leyó entusiasmado.
Las aventuras que yo contenía le debieron fascinar ya que me colocó encima de su escritorio y me leía muy a menudo.
Vivía feliz, como era mi sueño. Pero un día el niño me dijo estas palabras: «Ya he disfrutado y aprendido contigo, ahora le toca a otro que te necesita más que yo».
Nunca lo olvidaré.
Lo que hizo luego fue meterme en una caja con otros juguetes y libros. Cuando la caja se volvió a abrir estábamos en una iglesia. Me separaron de mis compañeros y me llevaron en avión a un sitio muy, muy lejano.
Allí todos los niños iban desnudos y en sus caritas se podía leer que tenían hambre y mucho miedo. Comprendí que era una de esas guerras sin sentido, si es que alguna lo tiene, en que los humanos se matan entre ellos.
Uno de esos niños se convirtió en mi nuevo dueño. Conmigo y la ayuda de un adulto que sabía leer, cosa rara en aquel lugar, el chiquillo también aprendió.
Pero un día mi vida se acabó.
Una mañana, en que el niño estaba leyéndome (yo era su única posesión, aparte de los andrajos que llevaba por ropa) entró un soldado enemigo en la casa y empezó a disparar, matando a mi dueño y a su familia. Luego el soldado me lanzó al fuego, dejando que me quemara, convirtiéndome en humo y ceniza.
Desde entonces vagué libre para la eternidad.

JOAQUÍN SANJUÁN