Relato: ¡Están aquí!
17.12.2021
Hoy os traigo un relato, una breve lectura. Se trata de ¡Están aquí!, un relato histórico que escribí hace algunos años y que es uno de los cinco trabajos con los que he sido finalista del Concurso de Relato Histórico Hislibris, en este caso en su sexta edición, celebrada en 2014. Dicho relato apareció publicado en la antología que recopilaba los relatos finalistas de dicho certamen, libro que tiene por título La voluntad de poder y otros relatos y que fue publicado con Ediciones Evohé en 2015. Más adelante os traeré también otros trabajos míos, entre ellos los otros cuatro relatos con los que he alcanzado el honor de ser finalista de dicho concurso literario. ¡Queda prometido!
¡ESTÁN AQUÍ!
-Cariño, ¿me
estás escuchando?
Alison frunció el
ceño mientras clavaba una feroz mirada en su esposo, que miraba
hacia la vieja radio con la boca abierta.
-¡Calla un
momento! -pidió este con cierta urgencia.
-¡Te dije anoche
que no me mandes callar! ¡Dan, esto no puede seguir así! ¡Tenemos
que...!
El aludido tapó la
boca de su esposa con una mano y se llevó el índice de la otra a
los labios, pidiendo silencio de nuevo.
-....decía que
cuando estaba yo en la cama escuchando la radio, un profesor hablaba
sobre Marte, y yo, ya le digo, yo ya estaba medio dormido y...
-Son ellos, Alison
-murmuró Dan, ahogando las voces que emitía el aparato de radio-.
¡Son ellos!
-¿Cómo que ellos?
-preguntó la mujer después de dar un manotazo a su marido para
que dejase de taparle la boca.
-¡Los alienígenas!
¡Están hablando de ellos en la radio!
-¿Ya estamos otra
vez con esas tonterías? -bufó su esposa-. ¡Dan, por favor,
estoy harta de tu obsesión por los marcianos!
-¿Es que no lo
entiendes? ¡Es lo que siempre he estado temiendo! ¡Sabía que
llegaría este momento, y ahora está pasando! -gritó el hombre,
tan aterrado como emocionado-. ¡Están aquí!
-Me voy a trabajar,
Dan. Y espero que hagas lo mismo.
Alison salió de la
cocina como un torbellino, y unos segundos después abandonó el
hogar de un portazo. Su marido estuvo tentado de salir corriendo tras
ella, pero unos gritos provenientes del aparato de radio lo
detuvieron.
-¡Dios santo!
-exclamó el locutor-. Algo se arrastra como serpenteando fuera
de la sombra, parece una serpiente grisácea. Ahora otra más, y otra
y otra. No, realmente son tentáculos, ahora lo veo mejor. Es una
criatura grande, mayor que un oso, y su cuerpo es muy brillante. Pero
¡esa cabeza! Es... es algo indescriptible. Apenas puedo aguantar sin
salir corriendo. Los ojos de este extraño ser son negros y brillan
como los de una culebra. La boca tiene...
Dan ya no escuchaba.
Con la chaqueta puesta y el sombrero en una mano se encontraba ante
la puerta mientras sostenía una foto de su familia, en la que salía
junto a su amada esposa y a los mellizos, que esa mañana se
encontraban en el colegio. Sabía qué era lo que debía hacer, había
estado toda su vida preparándose para ese momento, pero también
sabía que si seguía adelante tal vez no volvería a ver a su
familia. Durante unos minutos, no se movió.
-¡Las personas
están cayendo al suelo! -exclamó la aterrorizada voz del
reportero-. ¡Dios mío, todos se están abrasando!
La puerta de la
vivienda se cerró, y tras ella solo quedó el sonido de la radio.
-Will, ha venido
otro. ¿Te ocupas tú?
El aludido suspiró
con resignación y se dirigió hacia la sala de espera del cuartel de
la policía de Nueva York, donde varias personas aguardaban su turno.
-A ver -exclamó
con apatía-. ¿Quién es el de los marcianos?
Más de media docena
de personas levantaron la mano, entre ellos un hombre de mediana edad
con chaqueta y sombrero.
-Ya estamos
enterados de lo que han dicho por la radio -informó el agente
Will-. Agradecemos su colaboración, pero no hay nada que puedan
hacer. Por el momento, y hasta que tengamos más noticias, lo mejor
será que vuelvan a sus casas y se encierren con sus familias. Solo
por lo que pueda pasar. De todas formas estamos convencidos de que
debe ser algún tipo de broma pesada, aunque no hemos podido
confirmarlo todavía. Sea como sea no se preocupen, Nueva York está
a salvo. Ahora, si son tan amables, les ruego que despejen la
comisaría.
-¡Tengo que hablar
con usted! -exclamó el hombre del sombrero, aproximándose al
agente.
-¿Qué quiere?
-Verá, es por el
asunto de los marcianos. Usted no lo entiende, pero esto es solo el
principio de una invasión a gran escala, y si queremos salvarnos hay
que...
-Escuche, amigo -le
interrumpió pacientemente el agente-. Ya le he dicho que no deben
preocuparse por esto, haga el favor de volver a su casa.
-¡Pero sé cómo
detener a los extraterrestres!
-¿Cómo dice?
-¡Llevo años
preparándome para esto, y sé exactamente cómo podemos evitar que...!
-Se lo pondré
fácil, amigo -intervino de nuevo el policía-. Si no se marcha
inmediatamente, le meteré en el calabozo por alterar el orden. ¿Está
claro?
-¡Pero los
marcianos han venido a exterminarnos!
-En ese caso estoy
seguro de que no querrá morir en una celda, ¿verdad?
Dan abrió la boca de
nuevo para proseguir con la discusión, pero cuando vio que el agente
de policía se llevaba la mano a las esposas que colgaban de su
cinto, volvió a cerrarla de inmediato.
-Eso está mejor
-le felicitó el policía-. Ahora váyase, no quiero volver a
verle hasta que se aclare todo este lío. ¡Y ni una sola palabra!
Refunfuñando en voz
baja Dan optó por obedecer, y abandonó el lugar mientras el policía
lo seguía con la mirada.
-¡Estúpidos,
estúpidos, estúpidos! -exclamó de nuevo en su coche-. ¡Si
morimos todos será por culpa de ese hombre, yo podía haber evitado
la invasión!
El frustrado héroe
encendió la radio del vehículo y se esforzó en sintonizarla. Era
un producto reciente en el mercado, pero desde su salida la empresa
Galvin Manufacturing no había hecho más que ganar dinero y cosechar
éxito. ¿Quién iba a decirle a él que acabaría agradecido a su
mujer por insistir en que comprasen uno de esos cacharros?
-Las comunicaciones
con la costa de Nueva Jersey han quedado cortadas hace diez minutos
-anunció la radio finalmente-. No quedan más defensas, nuestro
ejército ha sido aniquilado. La artillería, la aviación... todo ha
sido destruido por los invasores.
Estaba sucediendo tal
y como él temía. Después de décadas reuniendo información sobre
avistamientos y testimonios de personas que decían haber sido
abducidos por marcianos, Dan llevaba años asegurando que era solo
cuestión de tiempo que los extraterrestres se decidiesen a atacar el
planeta, probablemente para conquistarlos. A fin de cuentas, ¿no
había sido eso lo que siempre había hecho el ser humano cuando
llegaba a un nuevo territorio? Imaginaba la llegada de seres de otro
planeta de forma similar a la del hombre europeo a las américas, que
fueron tomadas con derramamiento de sangre y destruyendo culturas y
creencias indígenas para imponer las propias. No podía permitirlo.
Sin perder un
instante más, arrancó el motor y se dirigió hacia el centro de
Nueva York, decidido al menos a salvar su ciudad.
Dan corría como
alma que lleva el diablo, tras dejar el coche abandonado después de
encontrarse con que el pánico había tomado las calles y era
imposible continuar conduciendo. Se dirigía en dirección opuesta a
la que seguía la aterrorizada multitud que, enterada ya de la
invasión y de la amenaza que eso suponía para todo el planeta,
trataban de abandonar Nueva York convencidos de que sus vidas
dependían de lograrlo. Era inútil, pues él sabía que los
marcianos no se detendrían hasta someterlos a todos, sin importar
dónde se escondiesen. Decidido extrajo del bolsillo un pequeño
dispositivo mecánico y aceleró el paso, tenía que hacerlo antes de
que fuese demasiado tarde.
-¡Eh, usted!
¡Oiga, no puede ir hacia allí! -gritó alguien con un megáfono,
desde una barrera de coches de la policía-. ¡Tiene que dar media
vuelta inmediatamente!
Haciendo caso omiso
siguió corriendo a toda velocidad, mientras el viento le arrancaba
el sombrero de la cabeza.
-¡Aléjese de esa
cornisa inmediatamente! -ordenó un agente de policía a través
del megáfono-. ¡Saltando no solucionará nada!
El aludido lanzó
otra rápida mirada al puñado de personas congregados a sus pies, a
quienes parecía resultar más importante la posibilidad de ver a un
hombre estrellarse contra el asfalto que escapar de los alienígenas.
Con un suspiro de resignación extrajo de su bolsillo el dispositivo
mecánico, había llegado la hora. Solo esperaba que el hombre que se
lo vendió dijese la verdad, y ese aparato realmente emitiese una
frecuencia capaz de rechazar a los marcianos del planeta, o al menos
de evitar que se acercasen a Nueva York, pues lo cierto es que
desconocía su potencia. Pero si conseguía salvar solo un puñado de
vidas, en especial la de su familia, habría valido la pena. Al
principio todo lo referente a ese aparato le pareció solo una
tomadura de pelo, pero cuando el vendedor le demostró que poseía
otros similares capaces de hacer huir a los perros u otros animales,
le creyó.
-¡Señor, alguien
quiere hablar con usted! ¡No salte, por el amor de Dios!
-¡Dan! -la
furiosa voz de Alison llegó hasta el hombre a través del megáfono-.
¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Como te tires y me dejes
sola con los críos, te juro por lo más sagrado que iré al
mismísimo infierno y te arrastraré de los pelos de vuelta a...!
Tras un breve
forcejeo, alguien arrebató el aparato a la mujer.
-¡Era su esposa,
señor! -dijo la voz del agente de policía-. ¡Dice que está
muy preocupada por usted, y que si muere no podrá soportarlo!
¡También dice que le quiere, y que por favor no lo haga!
El aludido miró
hacia arriba mientras lamentaba no haber podido llegar a un lugar más
alto desde el que activar el dispositivo. ¿Y si no era suficiente?
¿Y si los edificios bloqueaban la señal y no funcionaba? ¿Y si...?
Un fuerte golpe de
aire lo empujó al vacío.
Cuando abrió los
ojos y vio que estaba vivo, Dan supo que de alguna manera había
logrado apretar el botón mientras caía. Trató de moverse, pero
advirtió que se encontraba en una cama de hospital y que tenía
escayolados los brazos y las piernas. Alison estaba a su lado.
-¡Maldito idiota!
-exclamó su mujer con los ojos empañados en lágrimas-. ¿Por
qué intentaste suicidarte? ¿Qué crees que habría sido de mí y de
los niños sin ti?
-¿Cómo...?
-preguntó el lisiado.
-La policía había
colocado un colchón de seguridad abajo, pero aún así estuviste a
punto de matarte cuando rebotaste contra el borde del colchón y
caíste al suelo. Pensé que te había perdido.
-¿Y la invasión?
-¡No hubo ninguna
invasión! -respondió su esposa-. ¡Todo fue una broma
radiofónica de un tal Orson Welles, al que por cierto tengo
intención de presentar una denuncia! Pero ahora descansa, tienes que
recuperarte. Oh, Dios, no quiero ni pensar en lo que podía haber
pasado...
Dan cerró los ojos
mientras sonreía. La tapadera del gobierno era buena, todo eso la
broma por la radio, pero él sabía la verdad: había salvado al
mundo.
JOAQUÍN SANJUÁN