Lobos de Grímnir 3: Cacería Salvaje. Capítulo 1.

20.07.2023

El grito rompió la paz del hogar y arrastró a la preocupada madre fuera de la cama. Con el candil en la mano y miedo en el corazón corrió hasta la habitación en la que una temblorosa figura preguntaba entre sollozos si seguían allí los monstruos.

—Ssssh, tranquilo, Allan. Se han ido ya. —Las cálidas palabras de su madre siempre conseguían ahuyentar los retazos de oscuras pesadillas que perseguían al pequeño—. ¿La Sombra otra vez?

—Dijo que me encontraría. También estaban los cuervos fantasma, pero entonces desperté y grité y…

—Ssssh. Está bien, cielo, tranquilo. Mamá está aquí. Solo era otra pesadilla.

El niño hundió el rostro en el pecho de su madre y rompió a llorar.


—¿De guardia, Allan?

El oficial observó al joven recluta que se erguía firme junto al barracón.

—Sí, señor.

—Bien. La oscuridad nunca descansa, ya sabes.

—Sí, señor.

El oficial se alejó y tras él quedó el novato, quien le siguió de reojo hasta que desapareció tras otro bloque de barracones. Allan extrajo entonces una petaca de entre sus ropas y bebió un largo trago de licor, pese a que conocía bien las consecuencias de verse sorprendido bebiendo durante la guardia. Sin embargo, era la única manera de soportar las cosas que veía. Sintió entonces una siniestra, pero familiar sensación de oscuridad y frío, y miró hacia el cielo nocturno. Era un ejército, cada noche era más numeroso que la anterior. Los llamaba cuervos fantasmas, pese a que no eran pájaros, sino espectros pálidos y plañideros. Esa noche parecían nerviosos, y el recluta supo que alguien moriría antes de que saliese el sol.

Por el rabillo del ojo le pareció ver que algo se movía a su lado, y supo que él también estaba allí. Un ser formado por sombras que rielaban como si poseyesen vida propia se manifestó ante él.

¡Debes ayudarme, o todas las almas que atrapen se perderán!

Mientras las visiones se desvanecían, Allan dejó escapar un grito de angustia y se llevó la petaca de nuevo a los labios con mano temblorosa.


Ayúdame.

El susurro puso los pelos de punta a Allan. Miró a su alrededor, consternado y con el corazón en un puño, mientras agarraba con fuerza la bolsa de papel que contenía las dos botellas de licor que acababa de comprar. Sin embargo, la calle estaba tranquila; nada parecía fuera de lugar.

¿Qué te ha pasado? Antes siempre podías verme.

—He encontrado la cura —gruñó Allan mientras aferraba con fuerza las botellas—. Ahora déjame en paz. Al fin soy libre.


Intenté advertirte.

Allan reconoció la voz de inmediato, pero por una vez no le importó su presencia. No ahora que lo había perdido todo.

—Ha muerto por mi culpa —dijo sin apartar la mirada de la tumba de su esposa.

Hacía ya dos horas que la habían enterrado, pero era incapaz de marcharse e incluso de dejar de mirar la lápida, pues sabía que aquello era solo culpa suya.

Sí.

—¿Podías haberla salvado? ¿Podías haberme salvado a mí?

Sí.

—¿Todavía puedes?

No.

Era lo que suponía, pero eso no impidió que un terror gélido se instalase en sus entrañas.

—¿Quién o qué eres?

He tenido muchos nombres y he sido muchas cosas. Algunos me conocen como La Sombra, otros como El Umbromante. En algunos mundos me llaman Morfeo, Azrael, Hela o Morr, entre miles de nombres.

Allan alzó la mirada al cielo y vio allí a la bandada espectral que le había acompañado desde niño.

—¿Han sido ellos?

Sí.

—¿Qué son?

Seres atrapados en la frontera que separa Vida y Muerte; en el Velo que debe cruzarse para ir de un mundo a otro; en un lugar habitado por las sombras y por los sueños, pese a que vosotros los llamáis fantasmas. Estas criaturas, estos fantasmas, se alimentan de la esencia misma de los vivos, y bebieron la vida de tu esposa hasta consumirla por completo.

—¿Por qué no me han matado a mí?

Porque te necesitan, como también te necesito yo. Tienes un fuerte vínculo con lo sobrenatural y con lo oculto, y eso les permite utilizarte como portal entre ambos mundos. Se alimentan de miedo y de desesperación, y durante toda tu vida les has dado grandes cantidades de ambas cosas. Hoy más que nunca.

—Ya no tengo miedo.

No, pero estás desesperado, porque comprendes que tan solo eliminando el portal se les negará el acceso a este mundo, y con él la posibilidad de alimentarse de almas.

Allan sabía que tenía razón, y el terror lo embargó. Al sentir su miedo, el gemido de los espectros aumentó de intensidad y el miserable cerró los ojos mientras los escasos restos de su cordura se hacían añicos.

—Te ayudaré, pero prométeme que después me proporcionarás la paz que me ha sido negada en vida.

Lo prometo.


Allan, borracho como una cuba y víctima de terribles delirios, caminaba sin rumbo fijo por la calle, portando una botella de licor casi vacía en la mano.

—La Sombra vuela libre, y la bandada se ha ido con él. —Acompañó el balbuceo con un largo vistazo al cielo, despejado de espectros por vez primera, y rompió a reír—. Al fin soy libre, ni que sea un solo instante de mi postrera hora.

Se desplomó en silencio y quedó inmóvil. La botella vertió el resto del licor en el suelo hasta que quedó tan vacía como el cuerpo sin vida que ahora yacía a su lado.


El cementerio estaba desierto, excepto por una solitaria y oscura figura junto a una tumba. El ente, formado por ondulantes y oscuras sombras, dejó una rosa negra sobre la tierra fresca de la tumba. Entonces un cuervo graznó, y la oscura figura desapareció entre penumbras. Tras él solo quedaron susurros que ya nadie podría escuchar.

JOAQUÍN SANJUÁN

¡Sigue la historia en LOBOS DE GRÍMNIR!