Lobos de Grímnir 4: La Guerra de las Sombras - Capítulo 1

08.11.2023

Ravenna, la Reina de las Sombras, observaba con interés el reino de Adania desde una de las ventanas de la fortaleza. Su vida nunca había sido fácil, desde que estuvo a punto de morir durante la caída de Adania hasta el momento en el que, para sobrevivir, se vio obligada a traicionar a su propio hermano, perdido en sus ansias de venganza. Sin embargo, no se arrepentía de nada. Si bien era cierto que Adania seguía siendo una tierra oscura y llena de muerte, un lugar del que brujos y monstruos habían hecho su hogar, también lo era que, desde que había regresado para reclamar su herencia como hija del difunto rey, muchos de los antiguos habitantes de Adania habían vuelto al hogar, atraídos por la esperanza de recuperar aquello que se les arrebató tiempo atrás.

La mujer, de largo cabello como ala de cuervo y ojos claros, se recostó en el marco de la ventana y extrajo un espejo de mano de entre sus ropas. Cuando miró su superficie no fue su rostro el que le devolvió la mirada, sino el de su hermano Devon, el infame y demente Asesino de Lobos, quien prácticamente había exterminado a los Lobos de Grímnir. Su alma permanecía encerrada en el artefacto, presa por Ravenna, quien había convertido al antaño poderoso brujo en poco más que una distracción ocasional para sus escasos ratos de aburrimiento.

Ya lo ves, hermanito —dijo con una sonrisa burlona—. He recuperado nuestro hogar yo sola, y pronto reclamaré el legítimo lugar de Adania como parte de los reinos.

Traidora.

La voz de Asesino de Lobos fue como un susurro helado en la nuca de la mujer, pero esta, más que acostumbrada a tratar con criaturas espectrales, simplemente se encogió de hombros y no le dio la más mínima importancia.

»Si no te hubieras dejado arrastrar por la ira y por la venganza, serías tú quien estaría aquí en estos momentos. Me obligaste a hacer esto, habías perdido el control.

Nunca dejarán que te conviertas en reina, hermana. Además, algún día escaparé de mi prisión, y ese día te juro que...

Alguien llamó a la puerta de la sala con tres golpes secos, y la Reina de las Sombras guardó el espejo entre sus ropas con premura. Acto seguido se dirigió a su trono, el mismo que antaño perteneció a su padre, y se sentó. Con un suspiro cargado de añoranza echó un vistazo a su alrededor. La amplia sala estaba vacía, a excepción de la propia bruja, del trono y de las pinturas y tapices que cubrían las paredes, y que ofrecían a cualquiera que desease recrearse en ellos escenas de antiguos héroes y de grandes batallas. La mujer, orgullosa reina de Adania, hizo brotar una llama espectral en su mano; la siniestra luz reveló que en realidad la estancia estaba repleta de espectros y fantasmas, guardianes invisibles a la espera de una orden de su señora para obedecer su voluntad.

Sonaron otros tres golpes secos.

¡Adelante!

La puerta se abrió. Una mujer vestida con un abrigo de cuero y cubierta con un sombrero de ala a juego entró en la sala y avanzó hacia la Reina de las Sombras. Cuando llegó ante ella, se arrodilló a los pies del trono.

Mi señora, ¿habéis llamado? —dijo la mujer conocida como Dziva Ojos de Bruja.

Sí, mi campeona. Tengo un asunto pendiente que deberás resolver en mi nombre.

Lo haré con gusto.

No me cabe duda —dijo con un ronroneo de satisfacción y una sonrisa en el rostro—. Estoy segura, además, de que te resultará sumamente grato hacerlo, dada la naturaleza de dicha tarea.

¿De qué se trata?

Tengo entendido que conoces bien a los Lobos de Grímnir.

Dziva Ojos de Bruja apretó la mandíbula y frunció el ceño, incapaz de ocultar el desprecio que sentía por los mencionados cazadores de brujos y monstruos.

Sí, mi señora. Ellos... ellos me adiestraron como a uno de los suyos.

Pero no lo eres.

No, mi señora. Resultó que estaba tocada por las tinieblas, aunque entonces ni siquiera yo lo sabía. Ellos... Cuando lo descubrieron, mi propio maestro trató de matarme.

¿Cómo escapaste?

No lo hice, mi señora. Maté a mi maestro. No tuve alternativa, era él o yo.

Buena chica... —Ravenna guardó silencio un instante mientras observaba a la joven, de piel morena, cabello oscuro y constitución delicada. Lo cierto es que tenía mucho en común con ella.

Eres de Fuerte Levante, si no recuerdo mal.

Sí, mi señora. Pero eso fue hace mucho tiempo. Ya no soy de ningún lugar.

Puede que no, pero ahora sirves al reino de Adania.

Sí, mi señora. ¿Cuál es esa tarea de la que debo ocuparme?

Mi hermano, Asesino de Lobos, masacró a los Lobos de Grímnir. Sin embargo, hubo dos supervivientes. El primero fue un dvergar al que tengo prisionero desde entonces y que no me preocupa en absoluto, pues no supone una amenaza para mí. Pero el otro, el único de ellos capaz de sobrevivir a la Cacería Salvaje y a la ira de mi hermano, fue una mujer, una guerrera de Nueva Málmygor. Quiero que la busques y acabes con ella, Dziva.

Ignoraba que compartieseis el odio que sentía vuestro hermano hacia los Lobos de Grímnir.

No lo hago. Pero, como de costumbre, me corresponde a mí corregir sus errores. No permitiré que quede uno solo de ellos. Además, alguien capaz de vencer a Dev... a Asesino de Lobos, podría ser un problema para mí. Al matarla evito un posible conflicto antes de que surja.

Sois inteligente, mi señora. Podéis dar por muerta a esa mujer. ¿Cuál es su nombre?

Sonja, la Guerrera Roja. 

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