Relato: La mirada del ángel

10.01.2022

¡Tras el parón navideño, vuelvo a la carga con la página web! ¿Y qué mejor opción para la primera publicación del año que un relato? En esta ocasión se trata de La mirada del ángel, una narración de corte histórico. Fue uno de los dos trabajos con los que quedé finalista en el VIII Concurso de Relato Histórico Hislibris, celebrado en el 2016. Ambos textos (el otro fue El primer nacido, que podréis leer muy pronto, pues acompañará a una de mis próximas novelas) aparecieron junto a los demás finalistas en la antología de relatos correspondiente a dicho certamen, de título El bosque del inglés y otros relatos. ¡Espero que os guste!

El sacerdote bajó las escaleras peldaño a peldaño, rezongando porque la humedad y el frío se le metían en los huesos y hasta las mismísimas entrañas. El calor del farol que portaba en la mano le acariciaba el rostro y su luz danzante convertía el pasillo de piedra de los calabozos en un teatro de sombras chinescas. El hombre, orondo y de andares cansados, se internó por el pasillo que había al final de las escaleras y pasó junto a media docena de celdas hasta llegar a la que le interesaba. Con más curiosidad que precaución echó un buen vistazo a su interior y atisbó entre las sombras a un hombre de avanzada edad que trataba de protegerse del frío y la humedad encogiéndose en un rincón, pero no por ello dejaba de tiritar.

-Me envían a poner en paz tu alma, hijo mío.

El preso apenas levantó la mirada lo suficiente como para ver al sacerdote, pero un instante después la apartó con gesto de acusado menosprecio.

-Mi alma está en paz.

-Eres un caso excepcional entre los reos de la Santa Inquisición que he visitado, ¿lo sabías? -continuó el visitante, ignorando el desdén del prisionero y arrastrando un taburete de madera que había junto a la pared para sentarse frente a la celda.

-Estoy aquí por un error.

-Claro que sí, John Dee. Como todos.

-Soy inocente, padre.

-Eres muchas cosas, pero está por ver si inocente es una de ellas. De lo que no hay duda es de tu talento como matemático, astrónomo, geógrafo, navegante, astrólogo, alquimista y, por lo que sé, no son estos los únicos campos del saber y el conocimiento que has cultivado.

-Es cierto, hay muchos más que todavía me gustaría cultivar.

-No comprendo, hijo mío, qué puede haber sucedido para que un hombre letrado y cultivado como tú haya acabado aquí, entre dementes y herejes, prisionero de la Santa Inquisición.

-Es... es complicado, padre.

-¿Acaso no lo es siempre?

-Insisto en que pierde el tiempo conmigo: no tengo intención de confesarme ni necesito el consuelo de un sacerdote.

-En tal caso no insistiré, pero hablar nunca le hizo daño a nadie, ¿sabes? Si mal no he entendido te cuelgan al amanecer, ¿por qué pasar tus últimas horas solo y entre penumbras cuando puedes pasarlas en compañía?

-No voy a morir -sentenció el prisionero-. Todavía no. Él no lo permitiría.

-¿Él?

-Sí.

-¿Dios?

-Es... una pregunta difícil.

-Claro. John, ¿por qué no me hablas de ti? Tengo interés en conocer mejor tu historia, me resulta profundamente desconcertante. ¿Qué puede haberle pasado a un antiguo aliado de la Santa Inquisición para acabar ejecutado por los mismos que en el pasado le apoyaron?

Por primera vez desde la llegada del sacerdote su mirada se cruzó con la del reo. Los ojos azules y cristalinos de este, poseedores de la sabiduría de la vejez pero también del ardor de la juventud, se hundieron en el eclesiástico como clavos de hielo y le provocaron un escalofrío. Supo entonces con total certeza que no se encontraba ante un hombre corriente, pese a lo que su aspecto de frágil anciano pudiese hacer ver.

-Tengo sed. Deje que beba algo y después le contaré lo que quiera.

El sacerdote sonrió, cogió el odre de vino que colgaba de su cinto y se lo lanzó a través de los barrotes. John Dee se apresuró en vaciar el contenido por el gaznate con tanta ansia que a punto estuvo de atragantarse, pero consiguió reponerse y siguió bebiendo.

-Despacio, o te sentará mal.

Apuró los últimos tragos y tiró el recipiente, ya vacío, a un rincón.

-Nací en Londres -comenzó-. Viajé por toda Europa. Estudié cuanto se puso a mi alcance y rechacé un puesto de profesor de matemáticas en Oxford para dedicarme a la escritura. Trabajé mano a mano con la Santa Inquisición, como bien ha dicho, pero obviamente todo eso no salió bien, o no estaría ahora en semejante situación.

-Tengo entendido que siempre has sido un hombre de Dios, además de un intelectual de notable reputación. Si no me equivoco hubo un tiempo en que tu biblioteca personal estuvo considerada como una de las más importantes de Londres.

-Así es.

-Incluso fuiste el protegido del mismísimo Eduardo VI. ¿Cómo conseguiste algo semejante?

-El conocimiento es la mayor arma de que dispone el ser humano, aunque la mayoría no se dé cuenta. Tan solo tuve que encontrar algo que le importase de verdad y pude convencerle de que le interesaba contar conmigo como amigo y aliado.

-¿Hiciste lo mismo con Isabel I? Tengo entendido que fuiste no solo su asesor, sino su... su brujo personal.

-En efecto.

-Fascinante. No hay duda de que es un hombre impresionante, pero dime: ¿cuándo comenzaste a perder el juicio?

-Doy fe de que a día de hoy todavía conservo mi juicio íntegro, padre. Son otros los que no comprenden lo que hago, ¿sabe? Este mundo no está todavía preparado para ciertas cosas, pero no me queda tiempo para seguir esperando a que lo esté. Soy un hombre viejo, no duraré mucho más.

-Háblame de esas cosas, John. ¿Qué más saberes cultivaste? ¿Qué conocimientos más allá de alcance de la mayoría posees?

-Por sus palabras asumo que ya conoce las respuestas. ¿De verdad es necesaria toda esta pantomima?

-Lo es. ¿O acaso tienes algo mejor que hacer?

La mirada de John Dee relampageó solo un instante, pero después mostró una sonrisa burlona.

-Como quiera.

-Entonces dime, ¿qué otros saberes estudiaste?

-Adivinación. Magia. Nigromancia. Todo aquello vinculado con lo sobrenatural, padre. Los conocimientos mundanos se me quedaron pequeños, bien lo sabe. Quería más, mucho más, y solo podía obtenerlo volviéndome hacia todos aquellos saberes que el ser humano teme y rechaza por considerarlos heréticos y prohibidos.

-¿Acaso no lo son?

-Prohibidos sí, a fe mía. Todo lo desconocido, todo aquello que puede suponer una amenaza para el poder establecido, lo es. ¿Pero heréticos? No veo por qué tendrían que serlo, si le soy sincero. Aunque debo confesar que me resulta interesante que muestre tal interés por mí y por mis estudios pese a que carguen con semejante estigma.

-Lo cierto es que es otra cosa la que esperaba oír, John Dee. Porque hay más, ¿verdad?

-Sí, lo hay.

-¿Por qué lo has omitido?

-Porque, como dije antes, el mundo no está preparado.

-¿Para saberlo?

-Para ellos.

-Y cuando dices ellos te refieres...

-A los ángeles, padre. Ellos mismos me lo dijeron: el ser humano es todavía como un niño y ha de pasar mucho tiempo para que se muestren ante nosotros.

-Ahí quería llegar, John. Háblame de los ángeles. ¿Cómo te interesaste por ellos? ¿Cuándo? ¿Qué te motivó a indagar sobre semejantes misterios?

-Comencé a estudiar lo sobrenatural por los mismos motivos por los que estudié todo lo demás, padre: buscaba conocimiento.

-Sin embargo hay líneas que no deben cruzarse.

-Todas las líneas están para cruzarse, pues es la única manera de que podamos avanzar intelectualmente y como especie. Aunque, si bien la capacidad del ser humano para algo así es incuestionable, he llegado a dudar seriamente de su voluntad al respecto, ¿sabe?

-Hay cosas que Dios no quiso que estuviesen al alcance del ser humano, John. Pero volvamos a esas materias heréticas. Según tengo entendido no solo has estudiado estas artes, sino que también las ha practicado. Me han dado detalles de varios casos en los que se le vio en cementerios realizando ritos oscuros, acompañado en ocasiones, recurriendo a la nigromancia para hablar con los espíritus de los fallecidos y para invocar fuerzas que los mortales no podemos comprender ni deberíamos manejar.

-Entonces cree en esos poderes, ¿verdad, Padre?

-No estamos aquí para hablar de mí, ni de lo que creo o dejo de creer. Eso no es importante.

-Tan solo quiere que le hable de los ángeles.

-Sí.

-Hablar de ellos es lo que me ha hecho estar aquí, en los calabozos de la Santa Inquisición, con una soga esperándome al amanecer.

-Por favor, hijo. Tengo un gran interés en esas cuestiones que ocultas con tanto celo. Dame el gusto y quizás, solo quizás, pueda hacerte más llevadera la pena que te aguarda. ¿Qué es lo que sabes de los ángeles, hijo mío?

-Me hablaron, padre. Tuve ocasión de comunicarme con ellos e incluso de verlos. Fue... fue... la primera vez pensé que había perdido el juicio, que todo había sido una fantasía, pero volvieron a mí. Desde aquel momento estudie todo aquello que tuvieron a bien enseñarme, aprendí de ellos todo cuanto pude. Era fascinante. ¿Sabéis, padre, que los ángeles vivieron entre nosotros hace milenios pero nos abandonaron porque consideraron que no estábamos preparados? Sus secretos, las cosas que me transmitieron, fue más de lo que nunca había soñado descubrir.

-Y escribiste sobre ello.

-Sí.

-Sin embargo decías que el ser humano no estaba preparado para algo así.

-¿Acaso me equivocaba?

-¿Qué quieres decir?

-Aprehendí todo lo que pude de los ángeles y escribí muchos libros sobre todo ello, como bien dice. Ellos, mientras, me ayudaron a comprender su lengua, el idioma enoquiano, así como los secretos que ocultan los poderes sagrados de los ángeles. El mundo de los espíritus es muy rico, padre. Más de lo que jamás podríais soñar.

-He leído tus libros y resultan impresionantes. Ese... idioma enoquiano, como tú lo llamas, no solo es un lenguaje perfecto, sino que no se parece a ningún idioma hablado por los humanos. ¿Cómo es eso posible?

-Ya se lo he dicho: es la lengua de los ángeles.

-¿Y con ángeles te refieres a las criaturas celestiales del reino de Dios?

-No, padre. Eso son solo fantasías del ser humanos, ¿sabe? Los ángeles son en realidad seres de otro mundo de gran inteligencia, telépatas y viajeros del tiempo.

-¿No te das cuenta de lo absurdo que suena todo eso? ¿Quién en su sano juicio podría considerar esas palabras algo más que los balbuceos de un loco?

-¿Suena acaso más absurdo que la idea de pensar en hombres desnudos y alados que viven en el cielo, padre? Os aseguro que es cierta hasta la última de mis palabras: existen otros mundos y yo he podido contactar con ellos. La puerta para alcanzarlos está en Groenlandia, ¿sabe?

-Eso es... es... -el hombre suspiró, reprimiendo sus palabras, y forzó una sonrisa condescendiente, como si hablase con un niño pequeño-. Dime, ¿qué pasó después con todo ese saber? ¿Cuándo se torció todo?

-Ofrecí mis conocimientos a mis semejantes, plasmándolos en libros y dando charlas en diversos lugares. ¿Y sabe qué fue lo que recibí a cambio? Injurias, burlas, amenazas, acusaciones de brujería y de herejía. No es la primera vez que la Santa Inquisición me interroga en sus mazmorras. No, claro que el ser humano no está preparado para conocer a los ángeles. ¿Qué soy yo sino una prueba de ello?

-John, ¿acaso te sorprende? Hablas de ángeles y espíritus, invocas a los muertos y realizas rituales con artefactos heréticos. -Mientras hablaba el sacerdote se llevó la mano a uno de los bolsillos de la túnica y extrajo un extraño objeto, un espejo de mano hecho de obsidiana, y lo depositó en el suelo, justo frente a la celda.

-¡El espéculo! -exclamó el reo, gateando hacia el artefacto-. ¡El Espejo Negro! ¡Lo tenéis vos! ¿Cómo es posible?

-Como tanto te gusta decir, es complicado. ¿Por qué no me explicas de dónde proviene este... esa cosa?

-Me lo entregaron los propios ángeles, padre. Me dijeron que era una herramienta para ver distintos mundos y contactar con inteligencias distintas de las del hombre, con seres desconocidos para nosotros.

-¿Seres de otros mundos, dices? -El hombre frunció el ceño y fijó en el reo una mirada cargada de interés-.Cuéntame más. ¿Qué clase de seres pudiste ver?

-¿Quién sois vos? No sois sacerdote, ¿verdad? ¿Estáis aquí para averiguar qué es lo que sé y evitar que hable? ¿O buscáis los secretos de los ángeles?

-No digas sandeces.

-¿Trabajáis para la Santa Inquisición o también eso es falso?

-Te estás dejando arrastrar por la locura de la conspiración, John Dee.

-No me tome por imbécil. ¿Qué quiere de mí? ¿Qué es lo que de verdad quiere?

-Quiero que confieses.

-Ya lo he hecho.

-Quiero que confieses que inventaste todas esas cosas, que esas conversaciones con ángeles son solo las fantasías de una mente enferma.

-Es cierto que algunas de ellas son engaños, pero no míos. Lo cierto es que es a mí a quien engañaron.

-¿De qué estás hablando?

-De Kelly.

-¿Quién?

-Edward Kelly, aunque antes fue Edward Talbot.

-No me resulta conocido.

-Fuimos socios hace muchos años. Conocí a Kelly poco tiempo después de comenzar a estudiar lo sobrenatural, padre, y cometí un solo error: confié en él. Tardé mucho tiempo en descubrir que no era sino un sinvergüenza, un embustero, un falsificador y un charlatán. Presumía de ser un investigador de lo sobrenatural, un maestro de lo arcano, un alquimista de grandes habilidades. Presumía de eso y de mucho más, y sin embargo solo era un embaucador y eso es lo que hizo conmigo: me embaucó. Era además un hábil ventrílocuo y usó sus habilidades para hacerme creer que hablaba con los ángeles.

-¿Entonces era todo un engaño?

-No. Sin duda lo fueron los contactos que hice estando él involucrado, así como los rituales de los que me hizo partícipe, pero eso no significa que lo demás lo fuese. Siempre he sido sincero al respecto.

-¡Por el amor de Dios, John! admite de una vez tus falsedades y permíteme que dé paz a tu alma antes de que se reúna con nuestro Señor.

-No puedo hacer algo semejante, pues estaría siendo un embustero.

-Comprendo. -El sacerdote suspiró, resignado-. Así que es eso, ¿verdad? No se trata de que te niegues a confesar tus mentiras, sino de que realmente crees que tus argumentos son ciertos, que has hablado con los ángeles y eres cuna de saberes y poderes prohibidos. No hay duda de que has perdido el juicio, John Dee. Has dado la espalda a Dios para abrazar cultos oscuros y al Demonio.

-No recuerdo haber mencionado demonios en ningún momento.

-¿Acaso no estuviste involucrado en la posesión demoníaca de varios niños? ¿No es cierto que has traducido al inglés libros de saberes prohibidos, poniéndolos al alcance de cualquiera? ¡Pero si el mismísimo Papa te acusó de nigromante hace dos décadas!

-¿Cómo es posible que sepáis eso?

-Simplemente lo sé. ¿Qué maldades causaste a esos niños, hijo mío?

-No, yo... solo intenté ayudarles, padre. No buscaba causarles mal alguno, pero estaban poseídos por el Demonio y yo...

-Ya no importa. John, estas muy enfermo. Todo eso que me has contado no ha sucedido más que en tu mente, pese a que no quieras creerlo. No existen los ángeles, no como tú los describes, ni, desde luego, nadie ha tenido jamás contacto alguno con criaturas de otro mundo. Tu mente imagina cosas que no son reales, conversaciones que jamás han tenido lugar y conocimientos ficticios. Debiste seguir con la escritura, habrías tenido un gran futuro.

-¡Mentís, padre! ¡Es todo real, tiene que serlo!

El anciano se abalanzó hacia la reja de la celda y trató de alcanzar al sacerdote sacando los brazos por entre los barrotes, pero el hombre, quien no era la primera vez que interrogaba a un reo de la Santa Inquisición, se encontraba sentado lo suficientemente lejos como para que las manos tan solo arañasen el vacío.

-Ahora comprendo que no estés dispuesto a confesar, pues tu mente enferma realmente cree que es cierto todo eso que cuentas. La horca no es el final que mereces, sino algo de ayuda, pero me temo que eso es algo que no está a mi alcance. -El sacerdote se puso en pie y colocó el taburete de nuevo junto a la pared-. Queda en paz, hijo mío. Pronto te reunirás con Dios, conocerás a los verdaderos ángeles y solo entonces podrás comprender hasta qué punto has sido un necio en vida. Siento no poder ofrecerte consuelo, pero tu situación se encuentra más allá de mi alcance. Adiós, hijo mío. No volveremos a vernos.

Un año después.

El verdugo tiró de la palanca y la trampilla del cadalso se abrió, arrojando al reo al vacío. La cuerda se tensó y el condenado tuvo la suerte de que su cuello se quebrase, ahorrándole una terrible agonía. Como un siniestro péndulo el cadáver quedó allí, colgado a la vista de aquellos que habían acudido a ver la ejecución.

John Dee siguió con la mirada el vaivén del cuerpo sin poder evitar recordar cuando, un año antes, él mismo había estado a punto de correr esa misma suerte. Consiguió escapar con ayuda de los conocimientos que le habían transmitido los ángeles, aunque sus captores lo adjudicasen a la suerte y el azar. Eran unos necios, todos lo eran.

El anciano, consciente de que se moría, lloró por primera vez en más de cincuenta años. Pero no lloraba por él pese a que tenía motivos de sobra para hacerlo, pues le indignaba que un hombre con sus conocimientos y habilidades acabase sus días sumido en la miseria, considerado como un loco por aquellos a los que había intentado hacer partícipes de grandes poderes y descubrimientos, y desacreditado por completo. Lloraba por el ser humano, quien en su ignorancia tan solo había conseguido demostrar a los ángeles aquello que él mismo intentó negarles: que eran demasiado estúpidos e ignorantes, que todavía no estaban preparados.

El anciano abrió la mano y vio el pequeño espejo de obsidiana que descansaba en ella, la piedra angular de todos sus estudios sobre lo sobrenatural, un artefacto de extraordinario poder creado que le entregó el primer ser celestial con el que tuvo contacto. Cansado y somnoliento miró su superficie pulida y un ángel le devolvió la mirada, llenándolo de una paz que le había sido negada en vida.

Después cerró los ojos y ya solo hubo oscuridad.  


JOAQUÍN SANJUÁN