Kings of War: Fuerte Levante (2)

03.12.2021

Este sábado 4 de diciembre se celebra en Valencia el Torneo Batalla por Levante de Kings of War, evento sobre el que os ofrecí toda la información AQUÍ. Hace unos días, además, escribí un relato ambientado en el evento, texto que podéis leer AQUÍ. Pues bien, el relato gustó tanto... ¡que hoy, en la víspera del gran torneo, os traigo una segunda parte! Pero eso no es todo, porque, una vez pase el torneo, podréis leer mi habitual crónica del evento y un tercer relato como conclusión. ¡Así que estad atentos a mi página web!
Dicho esto, vamos con la historia. ¿Qué será de Fuerte Levante? ¿Podrá resistir la invasión? 

Los muertos vienen.

Un grito rasgó el silencio de la noche, y el Guardián de los Secretos de Fuerte Levante abrió los ojos. Un relámpago atravesó la tormenta e iluminó la pequeña y humilde alcoba del que era uno de los hombres más poderosos de Fuerte Levante. Este, aturdido, se frotó los ojos con una mano mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Tenía la sensación de haber dejado atrás una terrible pesadilla en la que la fortaleza recibía un ejército surgido de los más oscuros e impíos poderes. La Marea Negra, lo habían llamado, porque a su paso tan solo quedaba oscuridad.

Se incorporó del sillón en el que al parecer se había quedado dormido, y, tras dejar escapar un suspiro de alivio por haber dejado atrás las pesadillas, se asomó a la ventana de su alcoba, situada en lo alto de una de las torres de la fortaleza.

Fue entonces cuando comprendió su error. La Marea Negra estaba allí, a las puertas de Fuerte Levante, lo que significaba que, después de todo, no había sido un sueño. El Guardián de los Secretos miró hacia el bosque que había más allá de la fortaleza; el bosque en el que sus aliados habían tratado de contener la amenaza. Con éxito, había que reconocerlo. Después de la batalla que allí había tenido lugar, y en la que habían perdido la vida no pocos de los aguerridos enanos de los bosques, los impíos poderes que guiaban la Marea Negra habían tardado tres días en recomponer su horda.

Tres días.

Tanto sacrificio, tantas vidas perdidas, para ganar tres días. Y, sin embargo, esos tres días les daban una oportunidad, pues sus aliados estaban cerca. Si el enemigo invasor llegaba desde el oeste, los ejércitos aliados avanzaban deprisa desde el norte y desde el sur para converger todos en Fuerte Levante. Pronto las costas del Mar de las Tinieblas que se expandía al este quedarían teñidas de la sangre de aquellos que darían sus vidas para proteger Fuerte Levante.

Necesitaba saber más. ¿Qué otra cosa podía hacer? Los ejércitos de Fuerte Levante estaban preparados para la inevitable batalla, y su rey, su anciano rey, permanecía postrado en el lecho, enfermo y con la única compañía de sus dos hijos pequeños. El Guardián de los Secretos no pensaba moverse de allí, pues, si la Marea Negra penetraba en la fortaleza, se ocuparía de que no capturasen al rey ni a sus hijos con vida. Nunca había temido mancharse las manos con sangre, aunque esa sangre fuese de aquellos a los que había jurado proteger.

Sí, necesitaba saber más.

El Guardián de los Secretos rebuscó en los bolsillos de su vieja túnica de lino, humilde prenda para alguien de su posición, y extrajo un pequeño cuenco y una daga, ambos tallados en hueso. La Magia de Sangre le daría las respuestas que necesitaba conocer, tal y como siempre lo había hecho.

Deslizó la hoja del cuchillo de hueso por la palma de su mano y dejó que la sangre caliente gotease sobre el recipiente mientras entonaba un cántico cargado de arcanos poderes. El rojo líquido se agitó como si tuviese vida y, de pronto, el Guardián de los Secretos de Fuerte Levante se encontró observando con interés la calzada que descendía desde el norte, directa a la fortaleza.  

Demonios verdes avanzaban por la calzada, ansiosos por entrar en combate. Acudían para luchar junto al ejército de muertos vivientes que se abatía sobre Fuerte Levante, y sabían que suyas serían las riquezas y los tesoros que almacenase el lugar, pues poco interesaban estos a quienes tenían poder sobre la muerte.

La horda avanzaba a buen paso y entre tambores de guerra y cánticos de batalla; los chamanes danzaban alrededor de enormes y fornidos brutos y de pequeños salvajes de ojos crueles, todos de piel verde y todos hermanados ante la posibilidad de hacerse con un enorme botín.

Entonces, estupefactos, advirtieron que un único hombre surgía de entre las brumas del camino y se detenía a cierta distancia de la horda. Enarbolaba en las manos un estandarte en el que podía verse la figura de un kraken.

-No pasaréis -dijo con tanta calma que los salvajes emitieron quedos y confusos gruñidos. Era solo un hombre, ¿cómo pensaba detenerlos?-. No pasaréis, porque El Kraken guarda el norte.

Como un solo hombre, un ejército surgió de los lados del camino, y se abatió sobre la horda verde al grito de «¡Fuerte Levante Resiste!» y «¡Por El Kraken!».

El Guardián de los Secretos de Fuerte Levante sopló sobre las lejanas imágenes que le transmitía la sangre vertida. Necesitaba saber más; necesitaba conocer también la amenaza que llegaba desde el sur.

«Por los putos dioses antiguos», bufó. «¿Cómo nos hemos metido en semejante trampa?».

La sangre burbujeó, y esta vez mostró el Bosque de las Ánimas Errantes, una defensa natural que protegía en sur de Fuerte Levante. Una atalaya se alzaba a la salida de dicho bosque, y a su sombra formaban impecables ejércitos de hombres y de halflings, preparados para contener lo que fuese que avanzase hacia Fuerte Levante desde allí. Al ver semejante despliegue de efectivos, el Guardián de los Secretos cerró la diestra en un puño y, lleno de orgullo, se la llevó al corazón. Con El Kraken y La Atalaya protegiendo dos de sus fronteras, tenían una oportunidad.

Pero entonces sintió algo, un antiguo poder que congeló la orgullosa sonrisa en los labios del Guardián de los Secretos. Con el rostro pálido y temiendo lo peor, volcó su atención en las imágenes que le ofrecía la Magia de Sangre.  

Lo peor de las pesadillas es que no siempre permanecen en nuestros sueños.

El Bosque de las Ánimas Errantes parecía haber sido tomado por los más siniestros monstruos, criaturas de sombras y de fuego, pesadillas unos y demonios otros, avanzaban en armonía a través del bosque, y a su paso tan solo quedaban restos consumidos o calcinados de lo que hasta ese día habían sido orgullosos árboles tan ancianos como el propio bosque. Pero la vida y la naturaleza era una afrenta para lo que esas criaturas representaban, casi tanto como ellas lo eran para todo lo vivo.

Un hombre, o lo que en algún momento debió haber sido un hombre, avanzaba al frente del ejército de sombras y fuego, sobre una colosal bestia metálica forjada por oscuros herreros y a la que los más impíos brujos habían imbuido del alma de un demonio. No menos impresionante era su jinete, cuyo cuerpo había quedado enterrado tras las escamas de negro acero que ahora lo cubrían de pies a cabeza como una nueva piel; su testa estaba coronada por un formidable cuerno metálico. En las manos portaba pesadas armas; tan pesadas que ningún hombre había sido capaz de alzar una sola de ellas, y mucho menos las dos que blandía el acorazado líder.

El gorjeo de un pájaro llamó su atención, y bufó ofendido por la mera presencia de la vida.

No los vieron llegar. Todo un ejército de fantasmas de los bosques cayeron sobre ellos como surgidos de la nada, y entonaron un hermoso cántico mientras realizaban una danza de acero y muerte. Las criaturas surgidas del fuego y de las sombras se enfrentaron a ellos, pero golpearlos era tan difícil como golpear al viento.

-¿Quiénes sois? -rugió el campeón acorazado, lleno de ira.

Nadie.

Fue solo un susurro entre los árboles, pero no hubo uno solo entre los monstruos que no lo escuchase claramente.

Un salvaje grito de guerra surgió entonces de entre los árboles y, al mismo tiempo que los fantasmas de los bosques desaparecían tan repentinamente como habían llegado, surgió ante el terrible ejército una hueste de jinetes salvajes, los más feroces de entre los guerreros enanos. Desde el frente del ejército, montado sobre un gigantesco tejón, un particularmente fornido enano de cabellos encrespados y barba del color del fuego observó al campeón acorazado; su mirada reflejaba claro desprecio ante el decadente espectáculo que era el ejército de fuego y sombras.

-Soy el Rey Tejón -dijo-. No pasaréis.  

La imagen, como la sangre vertida, se extinguió; el poder del conjuro había llegado a su fin. Sin embargo, era suficiente. Los cuernos de guerra ya sonaban, lo que significaba que la batalla era inminente. El hombre miró de nuevo por la ventana, echó un fugaz vistazo al Tercio de Levante que custodiaba las puertas de la fortaleza y musitó una súplica de ayuda a los antiguos dioses, pese a que sabía que estos no escuchaban ya.

Debía apresurarse. Su lugar, el lugar del Guardián de los Secretos, estaba junto al rey. Con un poco de suerte sobrevivirían para ver el siguiente amanecer.

JOAQUÍN SANJUÁN