Mi nuevo ejército: Fuerzas de la Naturaleza (2)

19.09.2023

Hace poco os estuve hablando de una sucesión de casualidades que me hizo comenzar un nuevo ejército de Kings of War. ¡Podéis encontrar el artículo AQUÍ! En aquel entonces os comenté que había encontrado entre mis muchas cajas de miniaturas dos tipos de unidades que me llevaron a empezar este ejército, el cual fue elegido precisamente basándome en dichas unidades. Una de ellas fueron las dríadas que os mostré entonces, y que ahora lucen en mi vitrina como forest shamblers. ¡Hoy os traigo la otra! 

Las miniaturas que os traigo hoy resultarán conocidas para los viejos jugadores de Warhammer Fantasy, ya que su lanzamiento tuvo lugar cuando salió la quinta edición del juego, allá por 1996. Durante más de veinticinco años he tenido estas miniaturas, sin llegar a pintarlas ni a utilizarlas nunca en una partida, pese a que me parecen preciosas, en particular los viejos eslizones. ¡Así que había llegado el momento de darles vida! Mientras pensaba qué uso podría darles, antes de decidir hacerme Fuerzas de la Naturaleza, pensé que podrían ser una excelente representación para las naiads heartspiercers. Se trata de una unidad débil en combate y muy frágil (De 3+), buenos con armas de corto alcance (Ra 4+ a 18" con steady aim). El piercing (1) de la unidad representaba muy bien el veneno que los eslizones sin duda emplearían en las fechas que disparaban con sus arcos cortos, y la regla regeneration 4+ parecía encajar muy bien con unas criaturas lagarto. Contaba con veintiséis eslizones, un grupo de mando completo y un héroe, lo que sumaba un total de treinta miniaturas. ¡Justo lo que necesitaba para dos regimientos! 

Además de los eslizones, contaba con un personaje chamán (una miniatura que me gusta muchísimo) y un puñado de saurios, aunque por algún motivo en mi caja había más eslizones y menos saurios de lo esperado. ¡Pero no importaba! El objetivo principal de todo esto era darle uso a esas figuras, así que trabajaría con lo que tenía. Decidí que usaría tonos de bosque con los hombres lagarto, pues los imaginaba como un pueblo oculto en el bosque, de estilo muy silvano, muy tribal. Así pues, utilicé diferentes tonos de verde y también algunos amarillos, y tonos entre el verde y el amarillo, para tener algo de variedad. Los adornos los pinté como si todo fuese cuero y bronce, dos materiales que me parecían muy apropiados para la temática que estaba dando a las miniaturas. Finalmente, el chamán lo pinté blanco, para que destacase por encima de los demás hombres lagarto. Recordaba que en el libro de ejército, al menos en alguno de ellos, se explicaba algo así como que los saurios y eslizones tocados por los dioses nacían con la piel blanca, como señal de que habían sido bendecidos. Era una idea que valía la pena rescatar, ¿verdad?

Los saurios me alcanzaban justo para una tropa, que evidentemente sería de salamander primes. ¿Que para qué voy a usar una tropa de salamander primes? Pues no lo sé, pero después de pintar los eslizones no me parecía bien devolver a sus primos a la caja. ¡Así que decidí montar dicha tropa!

Con esto tenía dos regimientos de naiads heartpiercers, de 160 puntos cada uno, y una tropa de salamander primes de 95 puntos, lo que sumaba algo más de cuatrocientos. Respecto al chamán eslizón, ¡sería un excelente gladewalker druid! En total calculé que había añadido entre 550 y 600 puntos a mi nuevo ejército de Fuerzas de la Naturaleza. ¡Sumado a lo que os mostré en el anterior artículo ya estaba en unos 1250 puntos!

Os dejo a continuación el trasfondo. Como ya expliqué en el anterior artículo, está ambientado en mi saga de novelas de fantasía Lobos de Grímnir. ¡Si tenéis curiosidad por conocerlas, podéis leer algunos capítulos AQUÍ! Por lo demás, seguid atentos a la página web. ¡Pronto os mostraré más unidades de mi nuevo ejército de Fuerzas de la Naturaleza

JOAQUÍN SANJUÁN


 El campamento rebosaba de frenética actividad. Sus ocupantes no eran muchos, apenas un par de docenas, pero eran hombres y mujeres hechos a la vida en el exterior, y cualquiera de ellos era bien capaz de realizar tareas de supervivencia tan básicas como encender una hoguera, montar un refugio con un puñado de ramas o rastrear y cazar a alguna bestia del bosque. Su presencia allí no era casual, pues hacía poco un carro cargado de lingotes de acero había desaparecido, y, para sorpresa de aquellos que fueron enviados a buscar su rastro, los restos del mismo se encontraron destrozados, sin supervivientes y junto al cuerpo de un pequeño hombre lagarto destripado por el hacha de uno de los escoltas del vehículo. Eso, naturalmente, fue motivo más que suficiente para comenzar una batida en busca de esas criaturas, a fin de enseñarles lo que les sucedía a aquellos que robaban el metal que no les pertenecía. Y, si bien eran criaturas escurridizas y difíciles de atrapar, la búsqueda no había ido mal del todo, como constataban los tres lagartos rotos y ensangrentados que yacían en el centro del campamento, a la espera de que alguien los preparase para cocinarlos. Su carne, a fin de cuentas, era tan buena como la de cualquier otro reptil. ¿Por qué dejar que se desperdiciase?

 Desde la distancia, oculto entre las ramas de un frondoso roble, un lagarto observaba con expresión taciturna mientras los humanos comenzaban a despiezar a sus hermanos para cocinarlos. Sin apartar la mirada de semejante depravación, el ser acarició con sus pequeños dedos las hojas del árbol y parloteó en un murmullo que cualquiera habría confundido con el susurro de las hojas al ser movidas por el viento.

Ookpik, pues ese era el nombre de la criatura, no era un individuo normal, lo que era mucho decir para alguien que pertenecía a una raza tan extraña y singular como la suya. Ookpik era un chamán, tal y como evidenciaba su piel blanca, reconocida entre su pueblo como símbolo de que había sido tocado por el Gran Árbol de la Vida y bendecido por este con dones que muy pocos entre los suyos poseían. Ookpik, a causa de esos dones, estaba conectado con los bosques y con las criaturas que estos albergaban. Si cerraba los ojos podía sentir al mirlo que anidaba en un árbol cercano, a la serpiente que se deslizaba entre los arbustos o a la ardilla que parloteaba mientras comía dulces bayas. Los animales le contaron lo sucedido: un vehículo de los humanos había sido atacado por bandidos, y un puñado de sus hermanos habían intervenido para ayudar a los asaltados, pero no solo no habían podido evitar la matanza, sino que su intervención había costado la vida a uno de ellos. Y ahora, culpados por algo que había sido obra de los propios humanos, aquellos a los que habían intentado ayudar les daban caza.

Los ojos dorados del chamán observaron de nuevo a los humanos que troceaban y cocinaban a sus hermanos; el fuego bulló en el interior de la criatura y su corazón reclamó venganza.  

 El rítmico sonido de un tambor despertó a los hombres y mujeres del campamento. Cuando los primeros de ellos abandonaron sus pequeñas tiendas de lona y descubrieron que los dos cazadores de guardia yacían en el suelo, ensartados por flechas; la voz de alarma se extendió, y las armas fueron empuñadas. En la oscuridad de la noche, sin embargo, el bosque parecía tranquilo, quizás demasiado tranquilo.

Pom, pom, pom.

El tambor parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Los cazadores, de espaldas a la hoguera para evitar que el fuego les cegase, escrutaban la noche, alerta.

Pom, pom, pom.

Una pequeña figura se recortó entre los árboles. Asombrados, los humanos advirtieron que se trataba de un hombre lagarto de piel blanca. La inusual criatura estaba cubierta con brazales y amuletos hechos de bronce, y portaba diversas bolsas de cuero colgando. Su cabeza, además, quedaba oculta bajo el cráneo de un gran lagarto, lo que le daba un aspecto terrible y desconcertante.

Pom, pom, pom.

Alguien disparó con una ballesta hacia el chamán, pero el virote se clavó en el tronco de un árbol próximo. El disparo sirvió para hacer reaccionar a los cazadores, y un puñado de ellos alzaron sus armas y echaron a correr hacia Ookpik. Sin embargo, apenas habían dado media docena de pasos cuando una lluvia de flechas surgió de entre los árboles y derribó a la mayoría de los atacantes. El chamán, con sus ojos dorados ardiendo de furia, hizo una señal de avance con el brazo, y media docena de robustas criaturas reptilianas surgieron de las sombras tras él, armadas con afiladas y peligrosas armas de bronce. En torno a estos feroces seres correteaban pequeños hombres lagarto de aspecto parecido al del chamán. Las diminutas criaturas, de piel húmeda que abarcaba todos los tonos posibles de verde e incluso algunos amarillos, como las hojas de los árboles cuando comienza el otoño, portaban pequeños arcos y flechas con puntas de bronce cubiertas de veneno de serpiente. Sus primos, más grandes y de piel más oscura y seca, chasqueaban feroces mandíbulas, ansiosos por derramar la sangre de aquellos que amenazaban su hogar.

Pom, pom, pom.

La mayoría de los cazadores caían bajo las flechas envenenadas, pero unos pocos desafortunados eran cruelmente despedazados por los feroces guerreros de armas de bronce y poderosas mandíbulas. Ookpik no disfrutaba con la masacre, pero no por eso mostraría piedad. A la mañana siguiente, cuando el amanecer vertiese sus primeros rayos de luz sobre el bosque, no quedaría rastro alguno del campamento.  

LOBOS DE GRÍMNIR